Foto de: Libertad Digital

Hace unos días, el 16 de agosto de 2020, se ha asistido a un espectáculo verdaderamente dantesco en la ciudad de Madrid, una manifestación masiva contra el uso de las mascarillas. Miles de personas, alentadas y jaleadas por líderes de opinión de saldo, cantantes de la movida madrileña principalmente, se ha reunido en aquelarre, pingüe expresión, quiero pensar para mantener mi decreciente confianza en la raza humana, de lo que le ocurre a un cerebro al mezclar Mentos con Coca Cola.

Y es que las imágenes han resultado pocos menos que irrisorias, aunque muy españolas, eso sin duda. Esperpéntica, la imagen perfecta de la forma reflejada en un espejo cóncavo, y es que “el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada” como diría aquel hombre barbado. Un anciano, sombrero payés en ristre- sin mascarilla por supuesto- clamando por “los besos, la paz y la alegría”, para después alentar a la masa a abrazarse entre sí sin protección alguna, cosa que hicieron como es natural. Por supuesto en este espectáculo no pudieron faltar expresiones típicamente nacionales como los cánticos futbolísticos de quita y pon, el “bote, bote, aquí no hay rebrote” se transformó en poco tiempo en un cántico de guerra airado contra alguien, si se me permite la expresión, que solo Dios sabe.

Eso dirán muchos, la mayoría de los comunicadores desde sus púlpitos repetirán ese discurso acusatorio contra la población que ha asistido a la manifestación, pero se equivocarán. Clamarán contra la gente, su estupidez y su país, se citarán, de forma casi segura, algún roñoso párrafo contra España o la inteligencia humana. La manida frase de Einstein “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro” plaga ya las redes sociales.

Esta situación, que se pagará en Madrid con posibles brotes descontrolados y dispersos, no se debe a que la gente sea estúpida, sino que está frustrada. Y como no estarlo realmente, meses de ostracismo forzado en el interior de viviendas angostas, informaciones cruzadas y acusatorias entre los líderes políticos y la amenaza, creciente y ya palpitante, de un horizonte terrible que amenaza con sumir al país en la pobreza.

Poco más podían hacer realmente aquellos que han asistido, pues las mascarillas, si bien necesarias y fundamentales para impedir el rebrote, resquebrajaban el único control que aún quedaba en las manos de un pueblo desesperanzado. La economía no la pueden manejar, pues se encuentra lejos, en despachos y en conversaciones elevadas, pero les afecta y arruina. La realidad, quimera mediática, se muestra informe y volátil, con informaciones inseguras, bulos y falsedades allá donde mires, la percepción es un mar revuelto. ¿Qué queda entonces sobre lo que tener control, aunque sea un exiguo consuelo? El propio cuerpo, el ser en si mismo.

Las mascarillas atentan contra la última barrera, el postrero elemento sobre el que un pueblo que no sabe que le depara el futuro puede controlar, su propio físico, el cuerpo, aquello que determina el ser y el sentir de la forma más básica e instintiva. Y el pueblo así reacciona. De forma incorrecta por supuesto, pues sin las mascarillas no hay futuro, pero no de forma ilógica como muchos mañanas dirán, acusando a la gente de “inconsciente “o “imbécil”. La población no es estúpida, esta frustrada, enfurecida por un futuro desesperanzador y unos líderes incapaces de dar respuesta, que se esconden tras ideologías de heráldica vetusta y discuten entre si sin parar.

Además, cada vez se ve como más líderes de opinión, desde pequeños medios de comunicación a escritores o personalidades públicas, caen en el “negacionismo”, en enfrentarse a cualquier verdad oficial que provenga de las instituciones o la política. La “plandemia”, como han tenido a bien denominar estos sucesos trágicos en que nos hemos visto envueltos, responde al miedo existente y trata de proporcionar un orden a la imposibilidad de control. Si todo lo demás es ambiguo e inseguro la creencia firme de que todo cuanto ocurre responde a las intenciones de algunos malvados da seguridad y orden, un motivo y una causa a la muerte y el miedo. El Horror Vacui de la sociedad se elimina con la creación de este hombre de paja, el malvado político, sea este de izquierdas o derechas, que se ha inventado todo, incluso las muertes he llegado a leer, para dominar a la población.

La gente se ha hartado y ha reaccionado de esta forma, pero no será el último exponente y no hará otra cosa sino empeorar si la clase política, los dirigentes de la nación, no son capaces de dar respuesta. Los ciudadanos deben encontrar certezas, en los medios de comunicación y en sus políticos, deben tener un futuro en el que creer y por el que trabajar, y eso es responsabilidad de aquellos que gobiernan, de encontrar voluntad para, en momentos de crisis, trabajar en comunión y lograr cumplir con aquello para lo que han sido elegidos.

Yoel Meilán Pena

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