El gobierno turco ha determinado que la basílica de Santa Sofía de Estambul debe ser reconvertida en una mezquita en su totalidad, continuando el esfuerzo de islamización comenzado por el presidente Erdogan, realizando los cambios arquitectónicos necesarios. Esta decisión plagada de polémica amenaza con romper la estabilidad y respeto de ambas religiones con respecto al edificio así como destruir una las mayores maravillas arquitectónicas del mundo actual. Y es que la basílica representa, para ambas fes, cristianismo e islam, un símbolo verdaderamente importante. Por una parte para el cristianismo, y más concretamente su vertiente ortodoxa, esa gran basílica fue el asiento del patriarca de Constantinopla, lugar desde el cual este planteamiento tuvo origen. Por su parte el islam ve este edificio como la consolidación de la nación más fuerte que ha tenido nunca la fe musulmana, el Imperio Otomano, que en 1453 tomó la ciudad de Constantinopla y comenzó su campaña de conquistas por Europa hasta llegar a las puertas de Alemania.
Esta decisión tomada por el gobierno turco es la consolidación del esfuerzo de islamización llevado a cabo desde hace años en la nación. Cambios en los sistemas educativos, adopción de normas legales dependientes de las vertientes más extremas del islam así como la persecución de cristianos ortodoxos y judíos dentro de las fronteras turcas. Esta decisión, la de reconvertir en su totalidad la basílica en mezquita ha causado mucho revuelo social por todo el mundo. La UNESCO se ha declarado alegando que esto representa un ataque al “consenso interreligioso” que se había logrado con respecto al edificio y que se corre el riesgo de “utilizar la religión como catalizador de división”. Asimismo también han recalcado la necesidad de proteger el monumento en base a su valor artístico y monumental, siendo uno de los mejores ejemplos de combinación entre arquitectura bizantina y turca así como por poseer algunos de los grabados más importantes del medievo.
El gobierno turco por su parte ha hecho oídos sordos, alegando que la Basílica de Constantinopla debe responder a la realidad islámica del país, y no a un supuesto consenso. Igualmente ha afirmado que este nuevo edificio servirá como “templo del islam” si bien abierto a los turistas, pero dotado de la dignidad de la corresponde, afirmando que que esta nueva mezquita servirá de ejemplo a los demás pueblos musulmanes para recuperar su dignidad y conocimiento de su propia importancia, iniciando lo que él ha denominado como “renacimiento islámico”.
Este intento de establecimiento de una mezquita como símbolo del Islam, igualmente, no es casual, sino que responde a una larga lucha entre Arabia Saudí y Turquía por el liderazgo del mundo musulmán. Ambos países compiten por erigirse como los grandes guías de la creciente, tanto en relevancia como en tamaño, población musulmana en la península arábiga y Europa oriental. En este caso parece claro que Erdogan pretende recurrir a la nostalgia mítica, pretendiendo con el establecimiento de una mezquita en la basílica de Santa Sofía, recordar al mundo musulmán que una vez fueron imperio, uno de los más poderosos de su tiempo, y que bajo el liderazgo de Turquía podrán volver a serlo.